Dormir en la silla del caballo, beber agua de lluvia, comer sólo carne seca, leche desecada y sangre de caballo. Así es la vida de un mongol en guerra. Por la noche nos recompensan con leche de yak fermentada y la promesa de los tesoros persas. Impulsados por las palabras del Gran Khan, hemos cruzado al galope kilómetros del continente asiático. Frente a nosotros se encuentra el vasto imperio de Persia. Le daremos al Khwarazm Sha otra oportunidad de someterse y, luego, sus ciudades serán destruidas piedra a piedra. Pero no todos nos dirigimos a Persia. Genghis ha enviado a Subotai Ba’atur, de la horda de los renos en dirección norte hacia Rusia. Los territorios rusos están desorganizados y Genghis espera que Subotai pueda someterlos uno a uno. Y entonces, los límites de Mongolia abarcarán toda Asia.
El invierno ha llegado a las estepas. La tierra está helada y dura como el hueso, y el único movimiento que se observa es el resuello que sale de narices de hombres y caballos. Sólo la promesa de una batalla les da calor. Prácticamente todas las tribus de Mongolia siguen ahora a Genghis Khan. Pero con el éxito también llegan los enemigos. Un hombre llamado Kushluk ha puesto en duda el derecho de Genghis a gobernar. Kushluk siembra la discordia en la tribu de los khitán y pretende ser proclamado como un Khan rival. Genghis no puede permitir que esta desobediencia quede impune. Necesita que cunda el ejemplo. Así que nos dirigimos hacia el oeste para encontrar y matar a Kushluk. Si la tribu de los khitán le protege, también sus vidas serán sacrificadas.
Un lobo azul tomó por esposa a una gama. Se asentaron en el nacimiento del Río Onon para criar a su prole. Y así nacieron los mongoles. Así empieza el trabajo de mi vida. La Historia Secreta de los Mongoles. He sido elegido para narrar esta hazaña porque están a punto de producirse acontecimientos importantes. Nos vamos de Mongolia. Siempre he vivido en esta yerma, seca e interminable estepa. Aquí las tribus se pelean como buitres por el cuerpo desecado de una marmota. Se lucha porque los recursos naturales son limitados: agua escasa, pocos árboles, hierba insuficiente para que pasten nuestros rebaños. Un hombre inteligente y peligroso, llamado Temujin, quiere cambiar todo esto. Dice que para que el conflicto entre las tribus termine, los mongoles sólo necesitamos dos cosas. La primera, pastos verdes para nuestros rebaños. Si hubiera más pastos para repartir, habría menos competencia entre las tribus. En segundo lugar, como somos una nación de guerreros, dice que necesitamos un enemigo común contra quien batirnos. Para cubrir ambas necesidades, Temujin ha ideado el más modesto de los planes: unir a las tribus y declararle la guerra a cualquiera que se cruce en nuestro camino. “¿Pero cómo?”, le hemos preguntado. “¿Cómo pueden unos nómadas a caballo que viven en tiendas de fieltro embarcarse en una campaña de conquista del mundo?” Temujin ha respondido que no lucharemos como guerreros, sino como un ejército unificado. No lucharemos para tener gloria, sino por la gloria de Mongolia. Y con esas palabras, el nombre de Temujin ha pasado casi al olvido. Su nombre ha sido reemplazado por un título: El Gran Khan. Genghis Khan.
Los soldados de Barbarroja estaban destrozados. Algunos caballeros se suicidaron. Otros se convirtieron y se unieron a los sarracenos, convencidos de que el mismo Dios les había abandonado. De todas maneras quedaba un puñado de guerreros que todavía no quería subir a un barco para regresar a Europa. El cuerpo del poderoso Barbarroja fue sacado del río y guardado en vinagre en un barril. El ejército del Sacro Imperio Romano no se uniría a la Cruzada. Pero todavía tenían la oportunidad de obtener una pequeña victoria. Los guerreros supervivientes hicieron el voto de llevar el cuerpo de Barbarroja a Jerusalén. ¡Aunque muerto, el Emperador cumpliría su promesa!
“El Sacro Imperio Romano estaba culminado y, por el momento, Alemania e Italia juraban fidelidad a Barbarroja. Pero ¡ay! la paz no perduraría. Los estados cruzados de Palestina se estaban desmoronando. Un rey sarraceno llamado Saladino había expulsado de sus castillos a todos y cada uno de los cruzados. El Papa propuso una nueva Cruzada antes de que la Tierra Santa volviera a ser de los sarracenos. Increíblemente, Barbarroja accedió a llevar a cabo esta nueva Cruzada para el Papa, contra quien había luchado tan duramente. Los reyes Felipe de Francia y Ricardo Corazón de León de Inglaterra, ya estaban a bordo de los buques que los llevarían a Oriente Medio. Pero el ejército de Barbarroja era mucho más grande y no había una flota en Europa capaz de transportarlo. El Emperador tendría que ir por tierra hasta Constantinopla y, a través de las tierras turcas, llegar a Jerusalén. Constantinopla era la capital del Imperio Bizantino, y una de las más gloriosas ciudades del mundo. El ejército de Barbarroja podría descansar y abastecerse en Bizancio antes de empezar la gran marcha.”
Mientras los guerreros del Emperador estaban presentes, la paz se mantenía. Pero el Emperador no podía estar en todos los lados al mismo tiempo. Cuando iba a Italia, Alemania se inflamaba, y cuando volvía a Alemania, los italianos volvían a conspirar. Milán había sido tomada, pero el resto de ciudades italianas se unió en una confederación llamada la Liga Lombarda, que tenía como propósito la destrucción de Barbarroja. Si Barbarroja pretendía que Italia formara parte del Sacro Imperio Romano, tenía que vencer a cada una de las ciudades de la Liga Lombarda. Pero Barbarroja todavía tenía un arma secreta: Enrique el León y sus mercenarios.
En Roma, el Papa creía firmemente que era la iglesia, y no el Emperador, quien tenía la máxima autoridad en el Imperio. Barbarroja no lograba convencer al Papa para que viera las cosas bajo su punto de vista, así que nombró a su propio Papa. Por si eso no bastaba, el Papa y el Antipapa se apresuraron a excomulgarse mutuamente. Al final, Barbarroja decidió recurrir a la política de las armas. Si el Papa no atendía a razones, puede que lo hiciera cuando dos mil guerreros alemanes tomaran la península itálica. La más grande de las ciudades del norte, la capital virtual de Lombardía, era Milán. Los señores de Milán eran tan orgullosos como belicosos. Barbarroja estaba decidido a arrasar Milán como advertencia al resto de ciudades italianas y, en particular, al Papa de Roma. El mensaje era claro: el único y verdadero Emperador Romano era él,
El Imperio estaba en pleno apogeo y su población crecía rápidamente. Los alemanes talaron bosques, desecaron pantanos y hasta le arrebataron tierra al mar. Pero ni siquiera así tenían suficiente espacio. Si ocupaban la vasta Polonia, la presión en las fronteras del Imperio disminuiría. Para negociar con Polonia, Barbarroja recurrió a uno de sus más poderosos vasallos, Enrique el León. Enrique era un poderoso príncipe de Sajonia, y sus decadentes palacios eclipsaban a los del propio emperador. Aunque juró lealtad a Barbarroja, algunos se cuestionaron si su intención no era la de hacerse con el poder del Imperio. Al ordenar a Enrique que ayudara en la dominación de Polonia, Barbarroja pretendía poner a prueba de una vez por todas su voto de obediencia.
¿Así que quieres oír la leyenda de Federico Barbarroja? Pues más vale que nos invites a otra ronda. Puede que incluso a dos. Porque verás, es una gran historia. Pero bueno, todo en ese hombre era grandioso. Barbarroja fue un hombre de grandes apetitos… grandes ambiciones… y una gran barba roja. Pero la pregunta, lo que tú te preguntas, es: ¿Bastó con eso? ¿Basta la voluntad de un hombre para construir un imperio? Porque en esa época no existía aún el Sacro Imperio Romano, sólo había un montón de belicosas ciudades-estado. Estos principados, dudosamente leales, estaban más interesados por una confederación libre que por un imperio unificado. Pero Barbarroja creía que él era Emperador por voluntad divina, tenía la intención de devolver su antigua gloria al Sacro Imperio Romano. Y si eso significaba acabar con todos los príncipes alemanes, pues que así fuera.
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