“El rey Alfonso observaba alarmado cómo las fuerzas combinadas de moros y de cristianos bajo el mando del Cid ganaban poder y prestigio. Finalmente, cuando ya no lo pudo soportar más, envió a su propio ejército a Zaragoza para luchar contra los moros de Mutamid. Por mucho que le hubiera gustado ir en ayuda de su amigo, El Cid no podía desenvainar la espada contra el rey Alfonso, ya que éste seguía siendo su legítimo señor. Como El Cid no podía ayudarlo, Mutamid se vio obligado a buscar ayuda en otra parte. Contactó con los bereberes que vivían mas allá del Mar de Gibraltar. Pero recibió más de lo que había pedido. Estos religiosos fanáticos de rostro cubierto libraban una guerra santa continua sobre las estériles dunas del Sahara. Su líder, el fanático Yusuf, que nunca mostraba su rostro, se preparó inmediatamente para cruzar el mar hasta España con miles de hombres y camellos. El ejército del rey Alfonso sucumbiría esta duda ante esta nueva oleada de invasores”.