“El Cid estaba de nuevo en el exilio, pero esta vez no había moros que le dieran la bienvenida. Vagó por los desolados parajes rocosos de Castilla, preguntándose si su leyenda había finalmente terminado. Entonces, sucedió algo extraordinario. Muchos mercenarios y soldados que conocían la leyenda del Cid estaban deseosos de seguirlo, incluso aunque no tuviera castillo. Conforme El Cid avanzaba hacia el sur, mas hombres se fueron uniendo a su ejército, tanto cristianos como musulmanes. Con el tiempo, El Cid había creado un ejército lo bastante grande como para conseguir su propio feudo. El rey Alfonso había puesto el ojo en la bella Valencia, la joya de la costa mora. Pero El Cid estaba más cerca y podía llegar antes. Si conquistaba Valencia, no solo estaría protegido contra las maquinaciones de Alfonso, sino que además contaría con un baluarte contra la segunda e inevitable invasión de Yusuf y los bereberes. Todo se habría desarrollado de una manera sencilla, si no fuera porque nuestro antiguo enemigo, el Conde Berenguer de Barcelona, eligió aquél momento para atacar al Cid”