Ya entonces, los romanos tenían una considerable experiencia en sus tratos con los bárbaros. Podían civilizar en cierta medida a los invasores, ofreciéndoles como tributo territorios situados en los límites de su imperio que no les servían de gran cosa. Antes de la llegada de Atila, esa táctica funcionó con los hunos, que se habían asentado en el valle del Danubio. Todo esto cambió cuando Atila tomó el mando. Era más agresivo e imprevisible que los anteriores reyes hunos y exigió el aumento de los tributos. Cuando los romanos se negaron, marchó sobre el Imperio Romano de Oriente. Se dirigió hacía la magnífica ciudad de Constantinopla, cuyas dobles murallas jamás habían sido expugnadas. Atila no se limitó a ataques aislados. Ahora los hunos avanzaban lentamente, destruyendo todo lo que encontraban a su paso. Los romanos tendrán que volver a pagar su tributo o serían destruidos.