Los lobos viejos no tienen una muerte fácil. Tras una vida de lucha, no saben cómo vivir cuando envejecen y pierden sus colmillos. Lo mismo ocurre con los mongoles. Genghis Khan tenía ya ochenta años. La noche que supimos que nuestra gloriosa conquista iba a llegar a su fin, Genghis llamó a sus hijos a su tienda. Allí encontraron a su padre temblando frente al fuego, delirando de dolor. “Mis descendientes se adornarán con oro,” decía, “comerán las mejores carnes, y montarán los mejores caballos… y olvidarán a quién se lo deben todo. Una hazaña no es gloriosa hasta que se ha completado”. Y se negó a morir hasta que Ogatai, su tercer hijo, le prometió continuar la guerra. Ogatai salió de la tienda llevando el arco de su padre y dijo “Esta tormenta todavía no ha acabado. Aún oigo el ruido de los rayos, y caen sobre Polonia.” En Europa, todas las campanas de las iglesias tañeron cuando vieron a nuestras hordas bajando de las montañas. Los ejércitos de Bohemia y Alemania se apresuraron a venir en ayuda de Polonia. Para ellos, nuestro ejército venía del mismísimo infierno, guiados todavía por la sombra del Gran Khan.