“Según el relato de Cuauhtémoc, prisionero de Tenochtitlán. El siguiente presagio no lo vimos, pero escuchamos en la noche los gritos de una mujer que lloraba porque no podía esconder a sus hijos. La indecisión atormentaba al emperador Moctezuma ¿Ese hombre era Quetzalcóatl o un simple mortal? Mientras el emperador meditaba la respuesta, los ciudadanos se sentían cada vez más inquietos. Cortés vigilaba de cerca al emperador y, al poco tiempo, Moctezuma era prisionero en su propio palacio. Así tomaron los españoles Tenochtitlán, sin tan siquiera asediarla. Los españoles recogían todo el oro que encontraban. Pero no les interesaban nuestro arte ni los adornos; se limitaban a fundir el oro para llevárselo a España. También prohibieron los sacrificios a los dioses. Cuando los sacerdotes protestaron, los asesinaron. Los ciudadanos y guerreros de Tenochtitlán estaban enfurecidos. Aunque nuestro emperador no lo supiera, nosotros si sabíamos que esos hombres no eran dioses. Estallaron disturbios en los mercados y en el palacio. Cuando el propio Moctezuma apareció en la terraza para pedir a los aztecas que mantuvieran la paz, el pueblo le lanzó piedras. ¡Había llegado el momento de expulsar de Tenochtitlán a esos falsos dioses!”.