“Según el relato de Cuauhtémoc, guerrero águila de Tenochtitlán. Apareció un presagio sobre el bosque, en forma de mazorca de maíz que resplandecía como el amanecer. Parecía sangrar fuego, gota a gota, como si fuera una herida en el cielo. Soy un guerrero, no un sacerdote, y no sabía como interpretar este signo. ¿Se habían enojado los dioses?. Consulté con los adivinos y magos para ver si se acercaba otra gran guerra, pero solo me respondieron vaguedades. ‘Los dioses quieren más sacrificios’ dijeron. Era siempre la misma respuesta. Los sacrificios nos han llevado a conquistar gran parte de nuestro imperio de junglas y volcanes. Siempre estamos guerreando, derrotando a un número cada vez mayor de enemigos para poder ofrecer sacrificios a nuestros dioses. Los magos afirman que tenemos que hacer un sacrificio diario para que el sol siga saliendo. Los equipos de mensajeros tardaron en recorrer mas de trescientos kilómetros para llevar mi mensaje hasta nuestra ciudad de Tenochtitlán. Dos días después, mi tío Moctezuma, emperador de los aztecas, envió su respuesta. Sus sacerdotes habían predicho el inminente regreso de su largo exilio del poderoso Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, Dios de la sabiduría y el viento. ¿De que otra forma se podría explicar el presagio? Moctezuma ordenaba a mis guerreros que se esforzaran para consolidar el control de la jungla que separaba nuestros territorios del de los enemigos. Debemos lograr el control de los cuatro santuarios consagrados a Quetzalcóatl, la serpiente emplumada. Como el Imperio Azteca es poderoso y se expande constantemente, nos hemos creado muchos enemigos. Debemos defender estos santuarios de nuestros enemigos para prepararnos para el regreso de Quetzalcóatl”.